El amor
Es una palabra profunda que encierra otras cuantas, abarca el pensamiento y luego, despliega sensaciones e imaginarios. El amor podría incluso no tener explicación porque cómo reducir a una sola frase la alegría de sentirse amado y de la construcción de ese sentir para entregarlo a otro individuo.
En cada época de nuestra vida podríamos hacernos una idea de lo que es el amor. Cuando somos niños logramos tejerlo a través de ese lazo directo con nuestros padres y hermanos o quizá en alguna otra persona a la que se considere familia. Cuando somos infantes estamos ávidos de abrazos, besos, afecto en general; y esa misma necesidad la vemos como un acto de amor. El dar y recibir es un estímulo gratificante que nos endulza el alma.
De jóvenes, empezamos a creer que el amor es esa aproximación sensorial con aquella persona que nos gusta, son los primeros amores, los besos, la emoción, vergüenza y sobretodo la imaginación e idealización del momento y de la persona. Con el tiempo, entendemos que la pasión es diferente del mal llamado “amor ” o “estoy enamorado”, que está basado solo en un capricho de la mente.
Cuántas veces hemos dicho: Me siento enamorado, sin llegar a imaginar que en otra vuelta de años habremos de entender que el amor nace en el momento en que hemos sido creados y que es precisamente esa gasolina necesaria para vivir. Que se vierte lentamente desde que abrimos los ojos y que prospera con los años, con la vida y con nuestra propia valía.
El amor no puede ser después “de”, tiene que ser antes de, conmigo mismo como primera medida, ese es el amor puro y verdadero, porque sin lograr ese paso de aceptación y cariño propio no tendremos elementos para amar a otro. Entonces, el amor va más allá de un plano romántico y se concentra en el crecimiento propio, en la llenura del alma y del espíritu, en no provocar agravios propios ni ajenos, en recordarnos humanos en la decepción pero únicos en la acción, diferentes en el proceder, amables en el sentir.
Cuando nos amamos, amamos.
Andrea D.